top of page

Dairen Zamora

¿Y dónde está tu bebé?

Mi primer embarazo terminó en un parto forzado a las 22 semanas, cuando los médicos descubrieron que el bebé venía con problemas genéticos (una cardiopatía congénita no compatible con la vida). Fue una experiencia muy traumática, que me marcó muchísimo, porque me pusieron a parir y estuve como 72 horas en trabajo de parto, dando a luz a un bebecito fallecido. Fue en el hospital provincial de Ciego de Ávila.


Es una historia que ya he podido desmitificar un poco y puedo hablar hoy de eso, gracias a que tengo a mis dos hijos. Una pérdida así se queda grabada en el corazón, pero una logra sobreponerse cuando logra ser mamá.


Muchos años después de esa pérdida descubrí, en una conversación en Facebook con un amigo, que yo también había sido víctima de la violencia obstétrica, de una forma u otra.


Creo que conmigo no se asumió una postura correcta. A mí nadie me ofendió, nadie me hizo un procedimiento con ánimo de dañarme, nadie me dijo “esto es por tu culpa”, por supuesto, porque era un caso sensible, pero en el sentido de tener tacto y humanidad se obviaron tantas circunstancias… Fue muy duro para mí.


Estuve 72 horas en ese hospital, tratando de dar a luz a ese bebé, y por mí pasaron tres médicos diferentes. Tres médicos diferentes que me colocaron pastillas de misoprostol, que me hicieron dilatación manual, que me rasgaron el útero haciéndome dilatación manual “para ayudarme” a parir, haciéndome un supuesto favor. Nadie nunca me dijo que existía la opción para mi caso de hacer una cesárea de urgencia. Nadie me explicó que no era imprescindible ponerme a parir, que existían otras opciones.


Ellos simplemente me vieron con 22 o 23 años que tenía y dijeron: “hay que ponerla a parir”. Lo decidieron ellos, no contaron conmigo, y me pasé 72 horas sufriendo un dolor horrible.


Pude tener a mi mamá a mi lado siempre y mi esposo pudo entrar y salir por momentos, pero igual siento que cometieron otros errores. Durante todo mi trabajo de parto me colocaron en Recuperación, donde están todas las mamás con sus bebés recién nacidos en sus cunitas. Yo me pasé 72 horas oyendo el llanto de esos niñitos, viendo cómo los alimentaban, cómo les ponían sus ropitas; y yo 72 horas en medio del dolor físico de parir y del dolor de saber que nada de eso me esperaba al final de mi parto.


Luego, cuando llegué a la fase final del parto, me llevaron para el caballo a pujar y logré parir de manera natural. Los dos obstetras que estaban acompañándome en el proceso comenzaron a limpiarme y decidieron no coserme el útero, porque les daba lástima. Yo no habría sentido nada, porque estaba anestesiada de tanto dolor, pero me lo dejaron tal cual, y cuando tuve mi segundo embarazo, después de ese, me lo pasé en cama como cuatro o cinco meses con principio de aborto, porque mi útero había quedado abierto por una decisión que ellos tomaron allí, supuestamente por no lastimarme.


Pero lo que más me dolió, y creo que también fue el momento que me traumatizó, fue que luego de dar a luz a ese bebito, que nació muerto, me llevaron a una sala de puérperas para que pasara las siguientes 24 horas descansando en el mismo lugar donde estaban las mamás con sus niños, de nuevo con sus ropitas, con su ilusión, con un nuevo familiar apareciendo cada cinco minutos a conocer a un bebito... Y todo el mundo me miraba y preguntaba: “¿y dónde está tu bebé?”


bottom of page