top of page

Marcia Fernández

No recuerdo haber oído una sola frase de empatía

Yo di a luz en 1998 en el hospital materno González Coro, en el Vedado. Rompí aguas la madrugada del martes 9 de junio en la casa donde vivía entonces y, como quedaba cerca del hospital, fui caminando para allá.


Llevaba el maletín con la ropa del bebé y el tarjetón de embarazada con todos los datos necesarios. Cuando entré al hospital, por el piso inferior, no encontré ningún ser humano allí. Toqué en algunas puertas que encontré y nada.


Detrás de mí llegó otra mujer, caminando también pero ya con los dolores, y entre las dos hicimos bulla suficiente para que apareciera la doctora que estaba de guardia. Parece que, al no tener pacientes hasta ese momento, se había tirado a dormir un rato y no nos había sentido entrar. La doctora nos abrió un expediente a cada una donde incorporó nuestros respectivos tarjetones. Ojo con este dato.


Ese día lo pasé ingresada pero bastante tranquila. No obstante, no pude comer porque ya me sentía indispuesta, y en la noche empezaron los dolores. Pasé la noche entera caminando y sentándome a intervalos cuando aquello apretaba. Apenas había dilatado, así que no había apuro. Por la mañana me pasaron a la zona preparto y me asignaron una enfermera. Y ahí fue lo bueno. El día entero, ENTERO, con unos dolores terribles, que se hacían peores cuando los retortijones apretaban, pero como la dilatación iba muy lenta tenía que seguir esperando. Cerca del mediodía una enfermera vino a traerme unas pastillas para 'mi problema de la presión'. Cuando le dije que yo no tenía ningún problema con la presión se molestó y me preguntó si yo no era Marcia. Le dije que sí, que lo era, y que nunca había tenido ese tipo de problema. Ella verificó mi expediente y le habían incorporado un tarjetón que no era el mío, el de alguna otra embarazada hipertensa.


A esa hora me repitieron todas las preguntas de rigor que te hacen desde que te captan como embarazada, en medio de los dolores. Por la tarde, la enfermera que me habían asignado desapareció por varias horas. Nunca supe a dónde fue. Me hicieron un par de monitoreos con ultrasonido y a seguir la espera. A caminar y a aguantar. Entonces empecé a hacer fiebre. A esa hora ya sentía como si me estuviera reventando por dentro. Esa sensación era peor que los dolores. Se lo dije a los médicos y les rogué por una cesárea.


Les dije que el día anterior no había logrado comer nada, que estaba febril y que me sentía muy débil y agotada. Y lo peor era que las contracciones se estaban espaciando en lugar de hacerse más seguidas. Uno de los médicos (alto, casi calvo, no supe el nombre), me reconoció por el tacto y en mala forma, casi sin mirarme, me dijo que lamentaba decirme que yo sí podía parir si quería, que lo que tenía que hacer era esforzarme más. Me pusieron un Pitocin que no resolvió la situación y entonces me mandaron a hacer cuclillas.


Yo tenía una barriga enorme y estaba pasada de la fecha de parto un par de semanas. Además de que me faltaba la articulación de un tobillo debido a un accidente. En aquel momento sentía que me estaba muriendo. Para poder incorporarme de las cuclillas tenía que sujetarme de un mueble porque no tenía fuerza ninguna para hacerlo yo sola.


Mi hermana había logrado colarse y me agarraba por la espalda para ayudarme a subir también. Me oriné en el piso por el esfuerzo y pude ver que salía algo de sangre también. No te puedo decir el tiempo que estuve en eso. Ya de noche, llegué hasta el cubículo donde estaban los médicos y les pedí por favor que me volvieran a revisar. Así mismo, toda orinada y exhausta como estaba, les dije que de verdad ya no podía más. Cuando me revisaron oí el comentario entre ellos sobre signos de meconio. Me llevaron para la sala de parto y me practicaron un parto instrumentado, o sea, con fórceps.


No me preguntaron nada. Todo eso lo supe en la medida que estaba pasando. Recuerdo que tuvieron que ponerme anestesia extra cuando me estaban suturando pues la herida era grande y se demoraron. También tuvieron que hacerme una transfusión allí mismo por la pérdida de sangre que tuve. Tenía un suero en un brazo con la transfusión, y otro en el otro brazo con algo que no recuerdo qué era debido a la fiebre que había hecho.


Así que me veía como una cruz sobre la camilla mientras me cerraban la herida. La niña nació bien (que fue lo más importante para mí) aunque con ictericia, y por eso nos retuvieron en el hospital por cuatro o cinco días. En ese lapsus ella no tuvo problemas, afortunadamente, pero yo cada día me sentía peor; apenas me podía sentar. El team de médicos que me revisaba cada mañana me encontraba bien y finalmente nos dieron el alta a ambas. Sin embargo, ese día no tuve fuerza ni para sostenerla. Ya en la casa, el médico de familia que fue a verme ese mismo día nunca se explicó cómo fue que me dieron el alta, porque tenía una infección que me había abierto por completo la rafia (inexplicable cómo ninguno de los especialistas fue capaz de verlo en el hospital). Tuve que inyectarme antibióticos dos veces al día durante 10 días, si no recuerdo mal.


Pasa que, después de todo, cuando una se ve con el bebé en brazos, le resta importancia a todo lo demás; incluso lo ve como parte del gran acto heroico que representa traer un hijo al mundo y prefiere olvidarlo todo y pensar que valió la pena. Y es un error. No debería ser así de duro, como si las mujeres tuviéramos que pagar por algo en ese trance. Yo no recuerdo haber oído una sola frase de empatía, no digamos ya el menor interés por abreviar la agonía de un preparto tan prolongado. Y salí bien; por lo menos tengo a mi hija.


bottom of page