Mayrelis Valdivia
Cuando te embarazas pasas a ser un medio básico del estado y te conviertes en simple estadística
A sus 32 años, mi madre me tuvo tras dos días de trabajo de parto prolongado y terminó con su cuello (del útero) desgarrado. Diez años después, fue diagnosticada con cáncer cervicouterino y una de las causas fue las secuelas de mi nacimiento. Por fortuna, mi mamá logró recuperarse tras una histerectomía.
Teniendo este triste antecedente, cuento mi historia:
Uno de los procesos más tristes y complejos de mi vida ha sido mi único embarazo. Esta idea se contrapone a toda la felicidad que representó el hecho de saber que sería mamá, pero tristemente el mal manejo de mi gestación hace que los recuerdos de mis dos últimos trimestres sean muy dolorosos. Ingresé por recomendación del ginecólogo (riesgo de parto pretérmino) a las 20 semanas y ya casi no volví a salir.
Fueron malas atenciones y un estrés constante. Mi permanencia en el hospital fue voluntaria dadas mis ansias de garantizar un nacimiento seguro a mi hija. Fui de las pacientes ingresadas más obedientes. Es irónico que, ingresada por riesgo de aborto y un cuello casi abierto, tenía que cargar hasta mi cubo de agua. De las condiciones allí ni hablaré, y del trato del personal me limitaré a respetar el buen trabajo de algunos. Estando allí, una de las embarazadas más disciplinadas que conocí (ella ingresó por anemia) tuvo un trabajo de parto de más de 20 horas. Ella, muy delgada, y su bebé, de más de nueve libras, sufrieron muchísimo el estrés del parto. Ella tuvo una hemorragia y el niño una hipoxia. Hoy él vive en estado vegetativo.
Aquello me afectó mucho, pero traté de relajar mi mente porque mi parto se acercaba y el riesgo de aborto ya era menos. La parte más dura fue cuando días antes de parir me enviaron a hacerme unas pruebas que arrojaron que con 38 semanas mi hija venía como un CIUR: crecimiento intrauterino retardado. Todo un embarazo ingresada y nunca me hablaron del tema (en ese momento comprendí tantas verdades). La jefa del programa para atención a niños de bajo peso me explicó que en mi caso se debió saber desde las 25 semanas porque, por el estado de mi placenta, desde ese período ella estimaba que dejó de desarrollarse correctamente mi bebé. Fueron las 24 horas más inciertas de mi vida.
Recuerdo estar en la sala 2 del hospital (una sala de horror, al menos en Sancti Spíritus) y ver cómo nos maltrataban allá adentro. Frente a mí, había una mujer de 39 años, madre soltera y primeriza, con un embarazo logrado por inseminación artificial. Llevaba 48 horas en trabajo de parto y ya presentaba fiebre. Yo fui testigo de cómo soltaba constantemente líquido amniótico y, cuando le tomaron en dos ocasiones la temperatura delante de todas en el cubículo, la doctora le contestó que 38 grados no era fiebre.
Su niña murió antes de nacer (pesaba 8 libras) y a ella hubo que hacerle una histerectomía por la infección. Compartí el posparto con ella y fue muy desgarrador ver su sufrimiento cuando supo que su hija nació sin vida. Ella solo me decía que no le importaba a nadie, porque no tenía casi ni familia. Nadie la apoyó durante el proceso.
Cuando yo pasé a trabajo de parto, me pusieron un suero para agilizar mis contracciones, pero mi niña, bajo peso, tuvo dos caídas cardiacas. Uno de los ginecólogos dijo de hacerme una cesárea porque ella no soportaría el trabajo del parto y ya estaba bajo mucho sufrimiento fetal. El otro se negó y dijo que el protocolo indicaba 48 horas de pastillas, luego suero y después cesárea.
El primer ginecólogo le salvó la vida a mi niña cuando dijo que él asumiría toda la responsabilidad, pero que en una noche no podían morir dos bebés; o en el mejor de los casos, tras un procedimiento prolongado y erróneo, que mi hija tuviera una hipoxia por la ausencia de oxígeno.
Por fortuna, Salma nació bien tras una cesárea de urgencia y pesó 2100 kilogramos con 38 semanas. Mi gratitud hacia ese doctor será eterna, así como hacia las neonatólogas, que tras 14 días más de ingreso nos dieron el alta con una bebé delgada, pero sana.
Aún así, mi embarazo es el mayor trauma que acumulo. Su fruto vale cada dolor y lágrimas, pero el proceso fue muy duro. Cuando te embarazas, pasas a ser un medio básico del Estado y te conviertes en simple estadística. Eso sentí yo.